El Regreso a la luz y el que ya no regresó...

Hola a todos, tuve problemas severos para poder acceder a mi Blogg pero fui auxiliado por un ángel envuelto en cuerpo de mujer que me dijo como recuperar mi Blogg, pues bueno en estos días de ausencia en que la ausencia ya no va más para mi pues el sueño se ha terminado... "vuelvo al bar de mis pecados y con el cartel de libre en la solapa he vuelto a ser un guapo entre las guapas y me lanzo a la calle como un explorador..." vuelvo a escribir renovado y llenito el corazón, he aquí lo que yo llamaría un cuento invisible de la ciudad... Y va más o menos así:

Un día, un conchero se incorpora a una transitada esquina de la Ciudad de México. Los concheros son los danzantes que, según los historiadores, bailaban en las ceremonias religiosas prehispánicas, cosa que en absoluto es cierta pero desmentirlos me llevaria un blog entero, pues bien, los concheros cubiertos de plumas y de conchas, haciendo sonar sus crótalos entre nubes de copali, sumidos en un trance. Hoy en día ya no se engalanan con plumas de cenzontle, ni llevan colgantes de jade, ni se llaman a si mismos Caballeros Águila, ahora bailan en las esquinas transitadas entre el humo de los colectivos por las monedas que los conductores dejan caer a través de sus ventanillas entreabiertas. En fin; un joven caballero águila...(insisto los concheros no son Caballeros del Aguila pero para nuestros fines esta bien), llega a una esquina céntrica, y por ello, muy disputada. Cada esquina de la Ciudad de México soporta sólo a un especimen de cada especie de subempleados, de esos que el gobierno del cambio, dejo fuera de foxilandia: un limpiador de vidrios, un payasito que hace malabares con naranjas, una indigena que vende chicles con su bebé a cuestas (si de esas a las que Marthita les hace el fuchi) y uno, sólo un, conchero. Las monedas son escasas.
En la esquina a la que había llegado el joven caballero águila ya había un veterano caballero águila. De haber llegado un nuevo payasito, la duplicación habría generado una pelea tan cruenta como breve, y la permanencia se hubiera decidido en un par de minutos, pero los caballeros águila se rigen bajo otros códigos, silenciosos y esquivos, de modo que el derecho a la esquina se disputó bailando calladamente. Ambos caballeros, uno al lado del otro, sin mirarse, y en cada alto del semáforo, bailaron con una determinación ciega y telúrica. Bailaron descalzos y sin darse respiro, no se detuvieron ni para pedir o tomar monedas. Bailaron de sol a sol durante tres días. Bailaron hasta que su desesperación obligo a los otros ambulantes a detenerse y observar su duelo. Bailaron hasta perder cada concha y pluma. Bailaron hasta que el recién llegado se dio por vencido porque sus pies llagados no dieron para más, y se marchó la tarde del cuarto día.
Al quinto día, y es que en el mundo mexica el cinco siempre es el número letal, el caballero águila veterano tomó su sitio, y se dio a su lenta danza entre el humo y bocinazos, con su tocado de plumas y al son de su flauta de caña, dando golpecitos en su tambor. Entonces sucedió... su retador volvió...
Regresó humilde, con la cabeza gacha y ya sin el tocado de plumas, avergonzado, no por la derrota; pero no venía solo, a su lado caminaba una muchachita si acaso 18 añitos...
Y llegó solo para decidir este nuevo episodio del combate entre las águilas, el último quizá..., no fue necesario que el caballero águila el veterano y la muchacha intercambiaran una mirada. Bastó con su vientre abultado, de al menos ocho meses... al sexto día, el caballero águila veterano no regresó.