lunes, junio 19, 2006

Tepoztlán una vez más el mito Atlante

Otra vez en Tepoztlán, viviendo la hospitalidad de amigos como el pintor mexicano Fabián Margolis, los Fritszche o la maestra Luisa Armendariz, por un cruce de caminos conocí mejor al investigador peruano Daniel Ruzo, luego publiqué:“Abogado recibido en la Universidad de San Marcos de Lima, “miembro de la masonería”, poeta, teósofo, especialista en criptografía y en el profeta provenzal Miguel Nostradamus, Daniel Ruzo ha sido alcalde de Miraflores y es una personalidad en Perú, respaldado por varios reconocimientos internacionales recibidos por sus investigaciones. En unas pocas horas de conversación, apenas podemos enterarnos de sus varias décadas de investigaciones sobre prehistoria, toponimia, geología, cronología, religiones comparadas, simbología y muchas otras disciplinas, que le han llevado a dar conferencias en La Sorbona de París y en la Academia Nacional de Ciencias de México acerca de su mayor desafío: probar sin lugar a dudas que una humanidad tan importante como la nuestra fue borrada de la tierra por un desplazamiento de las aguas del planeta; en la necesidad de ubicar los bosques sagrados, las montañas sagradas y las cavernas subterráneas, donde esa humanidad utilizó las fuerzas cósmicas y telúricas para devolver a los hombres el equilibrio físico y psicológico, y que hicieron posible durante el cataclismo de Noé la salvación de algunos grupos humanos, en búsqueda de esos restos es que está en México, donde pude conversar con él. Ruzo repite varias veces la frase de Copérnico: "No exijo que mi tesis se considere verdadera, ni siquiera verosímil, sólo pido que sea considerada como hipótesis".Es verdad que después de conocer a Ruzo y su discurso y luego de ver Tepoztlán, admirar las imponentes formas de los cerros de toba basáltica que rodean todo con sus figuras cercanamente insinuantes, uno medita necesariamente observando estas rocas y tallados y piensa en un mundo perdido bajo las formas ocultas. La hipótesis de Ruzo, cada día más aceptada a nivel científico, trae a la realidad actual de México un pasado mágico de una humanidad desaparecida que en Tepoztlán parece vivir a flor de tierra. Me dice el investigador peruano: “Tepoztlán es punto de convergencia de fuerzas electromagnéticas que parten de ambos polos terrestres. Estas fuerzas producen reacciones químicas tangibles en los organismos vivos y afectan a los seres humanos en diferentes formas, dependiendo de muchos factores. En la actualidad diversas agrupaciones ocultistas se reúnen regularmente en el poblado, atraídos, literalmente, por la energía que se concentra en este lugar. Pero la realidad del valle va más allá del puro esoterismo, la fantasía y los contactos extraterrestres. La posibilidad de que seamos descendientes de las razas atlantes que se salvaron de una catástrofe de proporciones gigantescas se hace aquí más tangible a medida que avanza el tiempo. Los hallazgos arqueológicos en todo el mundo parecen confirmar lo que la mitología de los pueblos antiguos, desde los egipcios a los mayas, ha insinuado a través de siglos de comunicación ininterrumpida. El hecho de que la historia de la Atlántida fuese por miles de años considerada como una fábula no prueba nada. Existen aquellos que no creen en nada a causa de su suprema ignorancia, al igual que existe el escepticismo que nace de la inteligencia. Aquellos que se encuentran más cerca del pasado no son siempre los que están mejor informados sobre ese mismo pasado. Durante mil años se creyó que las leyendas de las ciudades enterradas de Pompeya y Herculano eran mitos: se les nombraba como "las ciudades fabulosas". Durante mil años el mundo civilizado ignoró los relatos de Herodoto sobre las maravillas de las civilizaciones del Nilo y de Caldea. El fue apodado "el padre de los mentirosos". Incluso Plutarco se rió de él. Hoy, su detallada información sobre Egipto y el Asia Menor es apreciada por todos los geógrafos. Mientras mejor se le entiende, más acertado lo hallamos. Hubo un tiempo en el que se dudó de la veracidad de la expedición enviada por el faraón Neko para circunnavegar África. Hoy sabemos que los navegantes egipcios cruzaron el Ecuador y se anticiparon 2100 años a Vasco de Gama en su descubrimiento del Cabo de Buena Esperanza. Por último, hay que recordar que las pinturas rupestres, incluyendo las de las cuevas de Altamira, fueron negadas durante muchos años, como se ha negado la realidad de estos cerros que cobijan a Tepoztlán y su apariencia casi irreal, que ocultan en su seno un profundo misterio que siente quien puede llegar al lugar, porque a Tepoztlán no todos pueden llegar. Las leyendas de este lugar son corroboradas por la toponimia. Las primeras fueron tergiversadas o acalladas para ocultarlas de los conquistadores españoles; pero muchos de los nombres que aún sobreviven en la región son testimonio de la enorme importancia que las montañas sagradas habían tenido y continúan teniendo para los tepoztecos”.Muchos nombres antiguos en Tepoztlán deben haberse perdido cuando llegaron los españoles. El nombre es una realidad mágica. Si se tiene el nombre se puede evocar al personaje o a su montaña. Es seguro que no dieron a los españoles los nombres verdaderos. Fue un primer paso para que cayeran en el olvido. Sin embargo, un trabajo muy importante sobre la toponimia de las tres montañas principales ha sido realizado por la señora M. Schróder y sus colaboradores. Hemos podido apreciarlo debido a la gentileza del vecino profesor José Aranda Oliveros, en un mural que decora el edificio que habita, en el que hace algún tiempo funcionó un colegio. Se presentan allí, en círculo, alrededor del plano de Tepoztlán, veintiocho símbolos de otros tantos "cerros". Al pie de ellos vienen veintisiete nombres, en el orden siguiente: 1.-Cuauhnectepetl, cerro de la Miel. 2.-San Pedro. 3.-Chalchiuhtepetl (el famoso Chalchi), cerro Precioso. 4.-Hueytlatengo. 5.-Tequezcontitia, Siete Hoyadas. 6.-Tequimilpa. 7.-Tzematzin, Hombre y Mujer, Dos Cuates, roca doble. 8.-El Platanar. 9.-Tlamintepetl, Fin de la Sierra. 10.-Atlaxomulco. 11.-Yohualtecatl, cerro de la Noche. 12.-Chicheo. 13.-Huilotepetl, cerro de la Paloma. 14.-Otiayotepetl, cerro de las Muchas Veredas, de los Otates. 15.-Meztitlán. 16.-Tzinacantemoyan. 17.-Chicuacemac, cerro de las Seis Manos. 18.-Temazatitlán. 19.-Malinalapan, cerro Verboso, de las Cascadas. 20.-Tlahuiltepetl, cerro de la Luz. 21.-Yehecatepetl, cerro del Aire. 22.-Tepoztecatl-Itzacuatl, casa del Tepoztecatl. 23.-Axitlán. 24.-Ocelotepetl, cerro del Tigre. 25.-Tlacatepetl, cerro del Gigante, estatua del Tepozteco. 26.-Cuachiauacán. 27.-Cuayahualoitzin, cerro de la Cabeza Redonda. Es verdad que en la aldea es un asombro ver las esculturas protohistóricas que adornan los cerros del valle, y que poseen una particularidad: sólo pueden ser distinguidas desde un punto exacto, a cierta hora del día y en determinados momentos del año. Sus perfiles se conforman con el juego de las luces y las sombras. Nos dijo Daniel Ruzo que así es generalmente en todo el planeta en las construcciones rescatadas de sitios arqueológicos donde existieron civilizaciones. La mejor época para fotografiar Tepoztlán tiene lugar en diciembre y enero. Desde el kilómetro 68 de la carretera que une a Cuernavaca con la ciudad de México, se aprecia el cerro más importante de los tres conjuntos de montañas que cercan a Tepoztlán: el Chalchiuhtepetl, el Cerro del Tesoro. Nos dijo Ruzo: “Desde la carretera el Chalchi muestra su cumbre de forma piramidal, casi idéntica a la de la Montaña Occidental que está protegiendo las tumbas de los faraones egipcios en el Valle de los Reyes. En todo el planeta las montañas sagradas de cumbre piramidal han sido siempre los templos de la Tierra. Sus masas de roca, homogéneas desde grandes profundidades, se convierten en antenas que condensan las fuerzas telúricas de los cuatro elementos y las fuerzas astrales que reciben por las cumbres. En su interior encierran la caverna en la que surge el agua pura de las tinieblas que ayuda a los hombres a recuperar la salud física, como en Lourdes, y el equilibrio psicológico. Estas cavernas estaban preparadas para proteger la vida de un grupo de parejas escogidas cuando un cataclismo amenazaba al planeta, y guardaban las semillas y los animales domésticos necesarios para que una nueva humanidad pudiera perpetuarse en un planeta devastado. Ese es el tesoro que alberga el Chalchi en su caverna: Un plano secreto y un sistema de mitos y leyendas oculta la entrada de su caverna. El mismo sistema conduce al que ha sido señalado para esa misión, al fin de una edad o humanidad, cuando la apertura del templo es necesaria. Según la leyenda, Quetzalcóatl, quien dio sus primeros pasos en Magdalena Amatlán, pequeño poblado de la municipalidad de Tepoztlán, bajó al infra mundo convertido en perro para sacar los huesos viejos de la Tierra y así repoblar al mundo. El mito del nacimiento de este rey-dios tiene mucha semejanza con el del nacimiento de Tepoztécatl, deidad principal de Tepoztlán, y el de Huitzilopochtli, el dios como oscuro espejo humeante: todos nacen en forma andrógina, de una madre virgen. Para acrecentar el misterio del Chalchi, ciertas fotografías lo muestran como la efigie de un gigante apretando entre sus poderosos brazos al perro de tres cabezas: es el Can Cerbero, el guardián de las puertas del inframundo que se deja ver a la hora del atardecer”.Otro de los cerros importantes de Tepoztlán, es el Tlacatépetl, roca de sesenta metros de altura conocida como el Cerro del Hombre. Su masa imponente ha sido tallada por desconocidos artistas en la roca natural, así como la base en que se asienta plagada de escritura sin descifrar hasta ahora. Atrás de este cerro, a la izquierda del observador, está el Cerro de los Vientos, conocido también como Cerro del Ocelote. El cerro mayor, a la derecha del observador de la estatua, es el Cerro de la Luz. Dice Ruzo: “Este nombre nos hace relacionar a Tepozteco, cuya estatua forma el Tlacatépetl, con Quetzalcóatl: ambos son dioses del viento y ambos se inmortalizan en la luz reflejada del lucero de la mañana. Su estatua cambia cuatro veces de expresión en las diferentes horas del día y una gran parte del año está cubierta de vegetación. Una buena foto depende del punto de mira y de la perfecta iluminación solar, en los meses secos del año. Todo esto ha contribuido a preservar su secreto durante los últimos cinco siglos. Toda la leyenda de Tepozteco, rey de los atlantes anteriores al diluvio, está viva en las rocas circundantes. El artista protohistórico que esculpió su efigie, esculpió muy cerca de él, a su derecha, el cofre del tesoro de que habla la leyenda y a la comitiva que lo transportaba. El hombre de su guardia que porta el cofre va uniformado con una escafandra que le permitía seguramente viajar por los aires, a grandes alturas. Cerca de este último, a más altura, se aprecia claramente la forma de un platillo volador del que acaba de desembarcar”.Esto puede a simple vista parecer fantasioso, pero las narraciones que hace Ruzo mientras vemos las rocas talladas nos parecen racionales: si uno ve los tallados y le oye explicarlos, es creíble. En la meseta de Marcahuasi, en el Perú, el mismo Ruzo descubrió, a 4000 metros de altura sobre el nivel del mar, representaciones talladas en pórfido diorítico blanco de dos personajes que llevan escafandras idénticas a la utilizada por la efigie que se encuentra en Tepoztlán. Vemos el material fotográfico y nos parece una excepcional coincidencia. Dice Ruzo: “La mitología y las leyendas de los diversos pueblos del planeta no son sino una sola. Todas provienen de la misma raíz. A medida que avanzan los descubrimientos arqueológicos, nos damos cuenta de que los mitos son falsos sólo en su expresión textual, pero verdaderos en lo que quieren decir. La mitología fue una expresión de todos los conocimientos espirituales, mágicos y físicos de una humanidad desaparecida y que ha llegado incompleta y desfigurada hasta nosotros. La existencia de un continente formado por islas, el cual se hundió en el seno del Atlántico a causa de una terrible catástrofe, ha sido suficientemente probada por múltiples investigadores. Su relación con Tepoztlán, centro del antiquísimo México, país atlante que barrido por olas formidables no desapareció bajo las aguas, es clara; la hallamos incluso en su nombre. Varios científicos mexicanos y otros extranjeros, como Bancroft, han dictaminado que los toltecas comenzaron sus migraciones desde un punto de partida llamado Aztlán o Atlán. Este no puede ser otro que Atlantis o Atlántida. El hogar original de los nahuatlacas era también Aztlán. Los aztecas afirmaban por su parte haber venido originalmente de Aztlán. Su nombre, aztecas, es derivado de Aztlán. En el Popol Vuh de los Mayas se habla asimismo de Aztlán y de que estaba ubicado hacia el Este. Esta leyenda apunta hacia el Oriente, es decir, hacia el Océano Atlántico, como punto de origen de estas razas. Quizá sea por eso que la gran mayoría de los templos prehispánicos, al igual que las iglesias católicas construidas sobre ellos, estén orientados en esa dirección. En Tepoztlán, casi todas las iglesias y capillas están orientadas hacia el Este. Por lo demás, las palabras Atlas y Atlántico no tienen una etimología satisfactoria en ningún lenguaje europeo, no son griegas y no se les puede asociar con ningún idioma conocido del Viejo Mundo. Sin embargo, en el idioma náhuatl, que hablaban los tlahuicas de Tepoztlán, hallamos inmediatamente el radical atl, que significa agua, guerra y la punta de la cabeza. De ahí parten una serie de palabras como atlán -a la orilla o en medio del agua- de donde viene el adjetivo Atlántico. También tenemos atlaca, que quiere decir combatir o agonizar; también significa lanzar o arrojar desde el agua, y en pasado forma la palabra Atlaz. Desde la desaparición de la Atlántida, sus vestigios, como los que encontramos en Tepoztlán, son escasos y se hallan muy erosionados. Por otra parte, las teorías simplistas acerca del origen del hombre civilizado, preconizadas por las universidades que desean hacernos creer que durante cuarenta mil años fuimos "primitivos" y en siete mil años llegamos a la luna, hacen difícil la propagación y la investigación adecuadas de esta fascinante cuestión, que es la respuesta a una pregunta crucial: ¿Está nuestra civilización también destinada a desaparecer?

viernes, junio 09, 2006

El Superhombre según Nietze o según los Toltecas 3a. Parte

Tradicionalmente en Tepoztlán la más alta expresión de la evolución de la Tierra es la sangre del ser más importante que ha producido en el mundo físico-químico. Nuestra sangre es la síntesis de la evolución de sus cuatro primeros reinos. Si la sangre del hombre desapareciera, la Tierra tendría que comenzar de nuevo su evolución interrumpida. El Hermano Pedro dijo: “Los dioses no pueden permitir que desaparezca el hombre sobre la Tierra. La única razón de la existencia de las humanidades que han sido y de las que serán es que son siempre el caldo de cultivo en donde nacen los dioses o en donde se produce una calidad de energía para esa finalidad. Una calidad de energía que también pertenece a los otros reinos, que aquí conocemos. El hombre transforma su cuerpo en espíritu, su materia en energía. Es la única forma en que puede terminar el largo camino que va del animal al superhombre. Vamos de animales vivos a espíritus vivos”. Es cierto que también para San Pablo la sangre es espíritu. En Tepoztlán, esta sangre eterna está simbolizada en el jade del corazón de la montaña sagrada Chalchiuhtepetl, llamada familiarmente “Chalchi”. En su interior reposa el chalchíhuitl, la “piedra verde de la vida”. Cuenta la leyenda que el héroe Tepozteco al igual que Quetzalcóatl fue concebido cuando su madre halló en el suelo un chalchíhuitl y guardándolo en su faja quedó preñada. Desde entonces el jade es el símbolo de la fecundidad de la Tierra, la continuación de la simiente humana. El símbolo del renacimiento que se sobrepone a la catástrofe inevitable. Lo que para el planeta es una sacudida necesaria, para los seres que pueblan sus tierras y sus mares es una verdadera hecatombe: puede desaparecer la humanidad y con ella la sangre del hombre. Incluso si la humanidad no desaparece, aunque se salven grupos humanos, la obra del hombre sobre la Tierra queda destruida y una nueva humanidad requiere algunos siglos para reproducirse y volver a establecerse dominando a los animales salvajes y a las fuerzas naturales. Nuestra quinta humanidad deberá también cumplir su destino. Quizás si esta vez lograremos estar instalados ya en otra estrella. Es cierto que el cuerpo de la Tierra tiene como el nuestro sus órganos internos y sus órganos de expresión externa. Vemos sus mares y sus ríos, sus desiertos y sus montañas, sus nieves eternas y la vegetación lujuriante de sus trópicos. No vemos su corazón pero conocemos sus volcanes y geysers. No vemos nuestra alma pero la vivimos y la reflejamos en nuestras obras de arte. Lo que llamamos nuestra voluntad de imaginación en la Tierra somos nosotros mismos, su obra más perfecta. Gira sobre sí misma a mil seiscientos sesenta y seis kilómetros por hora y vuela alrededor del Sol a más de ciento cinco mil kilómetros por hora. No podemos saber cual es la velocidad del Sol que la arrastra por la Vía Láctea. En cuanto a nosotros, la Tierra es nuestra madre. Nada más natural que buscar en ella misma nuestros templos, aunque la Tierra misma es el verdadero templo. En ella está la fuerza que nos viene desde el nacimiento para acercarnos a esa perfección natural expresada en la inteligencia humana. La primera diosa de la Tierra es la diosa de la fecundidad. La segunda es la muerte. Aquí nacemos unidos a las dos grandes diosas que se cantan desde los mitos antiguos, son las dos santas mujeres de los mitos cristianos: la fecundidad que le da la vida, y la muerte que, desintegra en la tierra todo lo que pertenece a nuestro mundo, le permite superarlo y, en alguna medida hacerse inmortal al volver a ella. Entre tanto los héroes, nuestros superhombres de las artes, las ciencias, los deportes, en nombre de toda la humanidad realizan su obra a manera de ofrenda al poder humano”.

lunes, junio 05, 2006

El Superhombre según Nietze o según los Toltecas 2a. Parte

Cuando termina el rito chamánico me es entregado el pequeño corazón de jade que arde de puro calor, lo que nunca aprecié todo el tiempo que estuvo reposado en el centro de mi cabeza: lo tomo casi quemando mis dedos y lo guardo en un pañuelo blanco que me ha regalado Morena para tal propósito.Ya estábamos preparados para la bienvenida de Tonatiuh a Quetzalcotal. A las cinco de la mañana nos encaminamos a las orillas del valle de Amatlán, donde Tepoztlán es anunciado por el majestuoso Tepozteco y su conjunto de formaciones rocosas con extrañas formas secretas: aquí asistimos a la conmemoración del 150 aniversario del natalicio de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl. El ambiente mágico lo inicia el curandero mayor del pueblo quien adecua en sus palabras la lejanía cronológica del rito náhuatl, al entendimiento de los contemporáneos popolocas (los que no conocen su origen) reunidos aquí, en la cúspide de la pirámide de Cinteopa, deidad del maíz, semioculta por los años y la maleza. Los cirios blancos encendidos al inicio de la caminata a este lugar, son colocados ceremoniosamente en el altar central, se habla de Dios, del espíritu santo y de la sabiduría de Quetzalcóatl, quien regresará. Hay fervor por apropiarse de este culto náhuatl desde la perspectiva y los sentimientos del mexicano de hoy, despojado de los atavismos del mexican curios. Viene la reflexión luego que se nos indica recibir la energía cósmica con las palmas de las manos apuntando unos instantes sensitivamente a los cuatro puntos cardinales. Pasan los minutos: cinco, diez, veinte, no hay forma de precisarlos pues el tiempo cósmico es el que rige. Caigo en un extraño sopor que me lleva a otros sitios y otras emociones que guardo en mi corazón; la mano del curandero toca mi frente y salgo de mi dormitar al tiempo que miro al Oriente y un rayo de Sol nace entre las montañas, baña el altar y es ocultado instantáneamente por una nube: Tonatiuh (el Sol) ha dado la bienvenida a Quetzalcóatl.Nos dice Morena Monteforte: “La Tierra es un ángel que vuela en el espacio; que tiene como nosotros cuerpo, alma y espíritu; que ha producido sus minerales, sus vegetales, sus animales y sus hombres; y que produce continuamente, en cuerpos de energía, sus superhombres. La esencia de cada una de las humanidades que han pasado produce lentamente, en los siglos, los héroes, los superhombres o los dioses de un Olimpo generados por la Tierra, que solamente intervienen en la historia humana cuando la estupidez de los hombres o los cataclismos cósmicos o telúricos ponen en peligro la evolución del planeta. La única finalidad del hombre de la Tierra es intentar el proceso que puede transformarlo "de ánima viviente en espíritu vivificante". Sólo así será el héroe que podrá contribuir a la integración del superhombre. En todo el planeta las montañas sagradas de cumbre piramidal han sido siempre los templos de la Tierra. Sus masas de roca, homogéneas desde grandes profundidades, se convierten en antenas que condensan las fuerzas telúricas de los cuatro elementos y las fuerzas astrales que reciben por las cumbres. Rodeadas de bosques sagrados, encierran las cavernas en las que surge el agua pura de las tinieblas. Estamos recorriendo los ciento ochenta últimos años de nuestra Edad y de nuestra humanidad: la quinta de la Cronología Tradicional. Todo lo que ha estado oculto debe salir a la luz. Es la promesa para estos días cuando los templos sagrados están abriendo sus puertas”.Esos templos eran las montañas sacras que estaban rodeadas por bosques de encinas, de árboles tánicos. En Tepoztlán aparecen todos los elementos de la leyenda: el bosque sagrado, la montaña tallada, los monstruos que la guardan, el héroe que vence todos los peligros para llegar a ella, la tradición que lo acompaña y el tesoro eterno que descubre ese héroe en el corazón de la piedra. El bosque sagrado, en esta región de Tepoztlán es una realidad histórica. Sabemos que se trataba de un bosque de árboles tánicos de una gran antigüedad, pues hay en la comarca fósiles grabados con las pequeñas hojas y ramas de esos árboles. Sabemos también que los españoles encontraron en el valle una industria floreciente: los indígenas curtían los cueros con el tanino de las encinas. El bosque rodeaba las montañas extendiéndose hasta Cuernavaca. Cuando Cortés preguntó por el nombre del lugar que había elegido para su asentamiento, los naturales no se lo dieron. Los invasores traían otra religión. Dar el nombre hubiera sido lo mismo que entregar a sus dioses. Dijeron "Cuauhnahuac", que significa "junto al bosque"; y esta palabra, que afirmaría para siempre la existencia de un extensísimo bosque de treinta kilómetros de diámetro, se fue transformando en "Cuernavaca, en la linde del bosque" sagrado destruido; desapareció con los sacerdotes y las procesiones, pero los dioses quedaron en los ritos nocturnos, en las rocas esculpidas y en el corazón de la sabiduría de vecinos de Tepoztlán que impiden la llegada al Tesoro a quien no debe llegar a él. El Tesoro nunca ha sido encontrado. ¿Cuál es ese tesoro misterioso y secreto, de tanta importancia? Dijo el Hermano Pedro: “El Tesoro es la sangre misma en el cuerpo vivo del hombre. La Tierra es un dios para los griegos y un arcángel para el pensamiento cristiano. Ha creado por sí misma, con la energía que la impulsa alrededor del Sol, sus cuatro reinos: mineral, vegetal, animal y humano, y crea, seguramente, su quinto reino de superhombres o dioses andróginos, en cuerpos de energía pura invisible e incomprensible para los hombres, en cuya imaginación no hubieran aparecido si no existieran”. (CONTINUARA....)